lunes, 21 de junio de 2010

Relativa fealdad

Ayer mientras hacia la colada comprobé que mis calcetines de rayas azules grisáceas estaban huérfanos, bueno huérfano, uno pasó a mejor vida allá en el mundo paralelo del tambor de la lavadora. Fue entonces cuando mi día giró 180 grados antes de empezar y el sol se tornó nubecita negra chorreando sobre mi cabeza. Adoraba a esos calcetines.

El consuelo de cualquiera: tienes más en el cajón. Pero yo no quería otros. Quería a mis feos y desgastados calcetines con tomates recosidos; los que me calientan en invierno y los que se anclan a los pies de la cama en verano, enrrollados, despojados de su utilidad frente al agobiante calor del estío.

Pero es que a pesar de su textura deshilachada me encantaban y me reconfortaban cada vez que los llevaba puestos, aún a pesar de su confusa apariencia que los hacían ser menos atractivos que los restantes. Una atracción inversamente proporcional a mi nivel de aprecio por ellos.

Hasta que el aprecio colma la belleza que sólo y exclusivamente ves tú, gran afortunada.

Es satisfactorio comprobar que la ley no se restringe a una tela inerte y es una suerte toparse con caras comúnes que lucen esplendorosas cuando urgas más allá de la cáscara. Me resultan tan claramente guap@s que es imposible plantearme la duda porque irradian por sí mism@s el encanto propio de la absoluta sencillez, sin chapas de pintura ni lacas de segundas marcas.

Está comprobado que si la mecha de la amistad no se prendiera antes que la del frenesí algún que otro calcetín mimado ya hubiera sido mi pareja textil ideal.

Pero tanto yin ha de compensarse, que para eso están los algodonados seres de maniquí que destrozan toda aura de encanto a su alrededor, tan fácil como desplegar sus alas de indiferencia y desconsideración acabando apagados como el color de cualquier prenda maltrecha y abandonada.

En fin, una fórmula comprobada que bautizo como la “relativa fealdad”, que no la “fea relatividad” porque no puede ser horrendo aquello que te sorprende tan gratamente. La metamorfosis de una mariposa y su teoría del caos, batiendo las alas para cambiar el mundo y la manera de verlo, dejando a los yang a Kafka que de cucarachas está el mundo lleno, dado el caso que desgraciadamente bicho malo nunca muere.

Que se libren de todo los calcetines viejos que de los nuevos me libro yo.