sábado, 9 de octubre de 2010

Un adiós no es bastante.

Como cuando eramos pequeños y nos reíamos a carcajadas con los pantalones llenos de barro. Llegábamos a casa y el calor de una familia bien avenida que nos daba el recibimiento con sopapos de jarabe de palo así como los resoplos de un trabajo extra de lavado. En todas ellas no faltaba la acogida de quién como matriarca resolvía todos los quehaceres rutinarios con la mejor de las sonrisas y el más apabullante de los entusiasmos, la que con resuelto desparpajo soliviantaba los dolores de cabeza de sus retoños aunque ya superaran su propia estatura.
Cuándo las vicisitudes del camino dejan de acechar a los pequeños y se extiende sobre la cabeza del protector no hay remedio que lo sostenga, ni fármacos que se apiaden de su débil cuerpo que antes parecía hecho de fuerte roca de granito.
Ver como los ojos brillosos henchidos de orgullos daban paso a fervientes plegarias de paz el sentimiento unido de grandeza entre los más allegados intenta insuflar ánimo a la capitana del equipo que se bate entre los avatares de la insaciable enfermedad que no la deja descansar ni tomar aliento.
Con el mayor de los sufrimientos un adiós no es bastante para despedir a la roca madre, los ojos de inmensa alegría tomaron fondo en un cerrar de párpados que le dio el descanso en menos de un minuto. El relevo del desconsuelo lo toman los gigantes retoños que han crecido de un tirón para soportar la carga de saberse sin resortes, con el apoyo colectivo pero con la herencia de unos recuerdos enriquecidos de eterno amor, de incansable dedicación e incondicional protección.
Cuándo nadie esté ahí para darte unos cachetes en el trasero por mojar tus pantalones nuevos, está la vida para devolverte a la realidad con un bofetón inesperado, pasando de la ilusoria sensación de plenitud a la pena más honda. Con esos ojos de cordero degollado, con ese ansia de despertar, con la falta de cobijo, con el desolador sentimiento de abandono, con las fuerzas bajo nuestros pies cuando proteger a tu protector no resultó tan exitoso como esperábamos. Pero sabiendo siempre que de los abrazos se llevó tanto ...que solo basta olernos para inevitablemente recordarla como siempre, como si hoy entraras por la puerta y la oyeras nombrarte a voces esperándote en la cocina para examinarte concienzudamente y cerciorarse que la caída no ha sido más que unos chinos desgarrados y abrazarte tanto que su preocupación se alivie con sólo saberte a salvo.

PDT: Si estás a salvo... sonríeme alguna noche.