martes, 18 de agosto de 2009

Ceguera de desamparado

Ella nunca pudo ver más allá de su nariz porque el miedo la embargaba. Las argollas de la opresión no habían aflojado la fuerza aún a pesar de saber que no podía escapar. Un simple síndrome de Estocolmo la unía a la realidad y la arropaba de recuerdos de quién la retenía y la dañaba.
Una vez muerto el perro se acabó la rabia, pero la ira comenzaba en el momento en el que el verdugo desamparó los días de ella cuando ya sólo lo tenía a él.
Largas noches en las que buscaba la manera de reconciliar sus recuerdos con su realidad, la que ahora se le antojaba subrrealista... Perdió el timbre de voz de aquél en su memoria, y poco a poco olvidó su rostro; a salvar por unos ojos que velaban incesantes su sueño y la despertaban cada amanecer ansiosos de permanecer grabados en su subconsciente.

Trató de sentirse de nuevo su esclava y forzó los medios para que él la atara de pies y manos, para que la retuviera con él eternamente, para sentirse deseada y protegida en pos de lo que el quisiera hacer con ella obviando que en el ahora, la víctima perseguida acabó siendo el verdugo y ella un implacable raptor.
Acabó por aborrecerla, parecía un pañuelo usado, una hierba sin flores y una joya sin valor ya para él, y sus días la convirtieron en una bala perdida sin fuerza, en una sonámbula constante buscando los ojos que la guiaban.
Muchos días de tormento retomaron una rutina llevadera de la negación al odio, del odio a la depresión y por último, una aceptación resignada que confabuló su nueva vida.

Casi convencida de su logro y consciente de sus carencias más profundas, agarró su tapete y regresó al lugar que la vio nacer, retomando amistades, saludando recuerdos encontrados y presentando a la nueva emprendedora que prometía ser. Temió desde el principio el irremediable encuentro y guardó una caja de pañuelos por si la ocasión se le presentaba difícil.
Pudo verlo pasear por las calles en las que la abordaba tras las esquinas reteniéndola con abrazos encadenados y besos prisioneros. Vencida ya por el pensamiento de una ignorancia plena, tras las luces y las ondas la verbena de esos días notó en su cogote el aliento familiar de quién la observaba. Camenado por conversaciones de los viejos amigos se distrajo en mayor o menor medida antes de atreverse a girar la cabeza. Se henchía del orgullo, se mofaba de la debilidad de quién la reclamaba, se percató, que los celos pueden más que los años y cambiaron las tornas de nuevo. Coqueteó como las abispas, flor en flor, a sabiendas de que era cubierta de atenciones y eso más lo torturaba a él que buscaba como los buitres, escondido entre los presentes, a quién se le resistía como antes.

Respiró hondo, tomó un trago de oxígeno antes de sucumbir a su voz ahogada que ahora, oía tan claramente como la melodía de la celebración, pero... desistió de la señal. Ya no le interesaba mirar esos ojos prisioneros que la obsesionaban día y noche, los grilletes de la posesión ahora encarcelaban a quién por un tiempo fue su verdugo, lo que unos cadenas no pudieron hundir ahora lo hacían los celos y la ignorancia. La ceguera del desamparado que se perdió por el camino cuando perdió la luz de guía de sus propios ojos y ahora, se los pedía ansiadamente prestados.

martes, 11 de agosto de 2009

Lágrimas de San Lorenzo

Mientras vuelvo de regreso a casa con unas cuantas copas de más, acompañada de mi fiel mp3 -una de las pocas cosas sin las que no puedo vivir-, tomo el mismo trayecto. El atajo que tantos años he pisoteado hasta casi marcar cada huella hundida. Siempre las mismas, siempre a la misma distancia. Hoy se ve tan relajado el ambiente que tuve la tentación de sentarme y descansar mientras me acogía el cielo anegado de estrellas. Es el sitio más claro para poder ver las famosas lágrimas de San Lorenzo que pronto regaran de fervientes deseos a los más bohemios, entre los que me incluyo. Hoy aún era pronto para la lluvia de estrellas aunque aguardé por si me deslumbraba alguna tempranera que hubiera tomado la salida antes que las demás. Pero ninguna acudió a la llamada y ahora hubiera sido un buen momento para hacerme algún favor.
No sé si fueron las ganas o la metáfora del momento pero fue inevitable que dos gotas como piedras descolgaran de mis ojos.
Apática, observé los restos de aquella agüilla inesperada en mis nudillos. Sin saber cómo mi cuerpo había reaccionado a algo que mi mente no pudo detectar - estamos tristes por que lloramos- fue lo único que se me vino a la cabeza, y en este caso puede ser que tuviera razón. Hay algo en el fondo del contenedor de basura de mi tronco humano que me dice que algo huele a podrido y está aún sin dijerir. Por unos minutos busqué la causa pero mi conciencia había hechado el cierre por vacaciones. Recorro una y otra vez las conexiones entre ideas, recuerdos y experiencias, descuartizando todas las conexiones y contenidos, escudriñando y olfateando como un sabueso cual de ellas abría las compuertas de los sollozos. Nada. Una y otra vez, volviendo sobre mis pasos, analizando las pistas, marcando los caminos,rotulando las posibilidades. Sólo cuando quedé muerta del esfuerzo desistí de la búsqueda y me vencí al salado goteo que emborronaba una noche tan plácida.
Desee un abrazo inesperado, una simple palmada en el cogote me hubiera bastado para parar la arriada de sensaciones liberadas que hubieran hecho que saliera de ese bucle. Pero no hubo nadie que estuviera bajo las estrellas acompañada de una borracha emocionalmente trastornada y sentada en un oscuro callejón. Estaba completamente confusa más incluso que lo perdida que puedo estar comúnmente. ¡Eureka! En ese momento el eucalipto que estaba frente a mi se iluminó como una abeto en navidad. Me quedé tan sorprendida que sólo pude abrir la boca mientras cruzaba la cola de una solitaria estrella. Sonreí y cesé de llorar, me di cuenta a la par de que no pedí el deseo. Creo que la descarriada estrella esta vez no hacía las veces de cabalgata de peticiones, si no de antorcha. Prefiero creerlo así.
Posé mis pasos en la calzada y me impulsé. Quizás seguía agitada por el sofocón, aturdida. Aunque las huellas del camino me encauzaron de vuelta a casa. Más ligera que antes, pero menos perdida que hasta entonces.

sábado, 1 de agosto de 2009

¿Es triste?

Creo que lo más sencillo sería ir con un pósit pegado en la frente resumiendo las virtudes y defectos de cada uno. Así no ahorraríamos gastar saliva y tiempo para acabar dándote cuenta de las vilezas o trivialidades que rompen la pompa de encanto de cualquier pretendiente.
Con el tiempo acabo dándome cuenta que eso de ser una persona "exigente" no es más que la incapacidad de encontrar a alguien mínimamente interesante en este mundo tan , supuestamente, variado. No es una hipótesis catastrofista es una desoladora realidad.
Más allá de acabar en una cama de transitoria plenitud no hay muchas alternativas,en el caso de que esto no surja siempre viene bien la ayuda de una mano. Ellos toman esta praxis como práctica y como quien bosteza,y nosotras, aparte de otros usos, como el mejor sexo de nuestra vida: No hay cortes inesperados y desmoralizantes, no hay vaguería en pos del prójimo, no hay "pequeñas" sorpresas, no hay sesión única, existe el opening, el clímax sin goma, hay ritmo y velocidad acorde a lo deseado... siendo innovador cada viaje, todos son pasajeros diferentes, a gusto del cliente.
En fín, la situación acaba por apatizar a cualquiera y se te viene encima el mote de "arisca", "sosa" o "antipática", pero ¿no se es lo bastante comprensiva ya como para aguantar a una panda de desesperados? Da igual que él sea a tus ojos el mejor de los machos alfa de la manada que acaba siendo el primate más alejado del homo sapiens, un eslabón perdido recién descubierto. Ese del que tienes que aguantarte con los restos del que en su día quizás, fue un buen partido y con los años acabó siendo un ave de rapiña. Si te fijas en un ejemplar de mayor edad, son buitres y si desvías la mirada hacia las nuevas generaciones tu eres la hiena.
Aunque se den o no todos estos casos no dejas de fatasear con la escena más romántica desde el reencuentro en la escalera de incendios de Pretty Woman o el beso escandalizador de Rhett Butler en Lo que el viento se llevó, todo esto sin haber conocido a fondo al chico en cuestión que te llamó después de la última salida y del que no conoces más que es color de sus pantalones... Esas noches duermes mejor que la del día que lo ves y acabas hablando con él, bueno si se le pudiera llama hablar a:

-...me alegra escuchar que lees algo, ¿como qué?

- Pues, no mucho. Bueno me he leído todos los libros de Manolito Gafotas.

Cri, cri, cri, cri....

-Ejem. Pues hoy no hace mucho frío, ¿no?

No me importaba que no lean, eso es una nimiedad, pero para decir semejante contestación hubiera preferido que no abrieran la boca. Pensándolo, eso es mejor que cosas como: " Estás muy bien. ¿Nadie te ha dicho en entre esos dos hermosos melones luciría precioso mi capuyo?" No hay que decir que a capuyos nadie les gana, asi que como premio: guantazo de primera categoria.

¿No sería más fácil tener una carta de presentación para salvarnos de tales terroríficos recuerdos? En ocasiones me gusta encandilarame de cualquiera que no me hable con la boca y me converse con los ojos, aunque la guionista del capítulo sea yo misma, como Eddie Murphy, yo actúo, yo dirijo, produzco, ruedo y me aplaudo. Como dijo Juan Palomo: yo me lo guiso, yo me lo como.
¿Es triste? Es consolador. En ambas acepciones, tanto para el paño de lágrimas como para el previo a tus cinco dedos.
Si tan sólo cerraran la boca para que te entraran ganas de sellársela con un beso todo sería más fácil, al fin y al cabo todos acabarán siendo capuyos integrales pero nos salvaríamos de un arrepentimiento prematuro antes de que ocurra nada y quizás, sólo quizás te des cuenta de que el gran galán de tu película acaba de pasar el casting.