martes, 11 de agosto de 2009

Lágrimas de San Lorenzo

Mientras vuelvo de regreso a casa con unas cuantas copas de más, acompañada de mi fiel mp3 -una de las pocas cosas sin las que no puedo vivir-, tomo el mismo trayecto. El atajo que tantos años he pisoteado hasta casi marcar cada huella hundida. Siempre las mismas, siempre a la misma distancia. Hoy se ve tan relajado el ambiente que tuve la tentación de sentarme y descansar mientras me acogía el cielo anegado de estrellas. Es el sitio más claro para poder ver las famosas lágrimas de San Lorenzo que pronto regaran de fervientes deseos a los más bohemios, entre los que me incluyo. Hoy aún era pronto para la lluvia de estrellas aunque aguardé por si me deslumbraba alguna tempranera que hubiera tomado la salida antes que las demás. Pero ninguna acudió a la llamada y ahora hubiera sido un buen momento para hacerme algún favor.
No sé si fueron las ganas o la metáfora del momento pero fue inevitable que dos gotas como piedras descolgaran de mis ojos.
Apática, observé los restos de aquella agüilla inesperada en mis nudillos. Sin saber cómo mi cuerpo había reaccionado a algo que mi mente no pudo detectar - estamos tristes por que lloramos- fue lo único que se me vino a la cabeza, y en este caso puede ser que tuviera razón. Hay algo en el fondo del contenedor de basura de mi tronco humano que me dice que algo huele a podrido y está aún sin dijerir. Por unos minutos busqué la causa pero mi conciencia había hechado el cierre por vacaciones. Recorro una y otra vez las conexiones entre ideas, recuerdos y experiencias, descuartizando todas las conexiones y contenidos, escudriñando y olfateando como un sabueso cual de ellas abría las compuertas de los sollozos. Nada. Una y otra vez, volviendo sobre mis pasos, analizando las pistas, marcando los caminos,rotulando las posibilidades. Sólo cuando quedé muerta del esfuerzo desistí de la búsqueda y me vencí al salado goteo que emborronaba una noche tan plácida.
Desee un abrazo inesperado, una simple palmada en el cogote me hubiera bastado para parar la arriada de sensaciones liberadas que hubieran hecho que saliera de ese bucle. Pero no hubo nadie que estuviera bajo las estrellas acompañada de una borracha emocionalmente trastornada y sentada en un oscuro callejón. Estaba completamente confusa más incluso que lo perdida que puedo estar comúnmente. ¡Eureka! En ese momento el eucalipto que estaba frente a mi se iluminó como una abeto en navidad. Me quedé tan sorprendida que sólo pude abrir la boca mientras cruzaba la cola de una solitaria estrella. Sonreí y cesé de llorar, me di cuenta a la par de que no pedí el deseo. Creo que la descarriada estrella esta vez no hacía las veces de cabalgata de peticiones, si no de antorcha. Prefiero creerlo así.
Posé mis pasos en la calzada y me impulsé. Quizás seguía agitada por el sofocón, aturdida. Aunque las huellas del camino me encauzaron de vuelta a casa. Más ligera que antes, pero menos perdida que hasta entonces.

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